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miércoles, 8 de febrero de 2012

Dios en la Casa Blanca

Hasta donde sé y conozco, la relación entre Dios y los dignos mandatarios de la Casa Blanca es cuanto menos curiosa. A muchos españoles nos rechinan los dientes y nos recuerdan a las decisiones generalísimas de otro tiempo. Y es que, con frecuencia suelen apelar a Dios en quien confían las razones para tomar decisiones épicas, con gran impacto en su particular visión del mundo norteamericano. Me estoy acordando, sin ir más lejos, de las venganzas y guerras contra el islam, ya sean las dos de Irak o la de Afganistan. Confesarse practicante religioso otorga interesantísimos votos, como también somete a un juicio divino cualquier desliz, sobre todo si es de esos que mella la fidelidad conyugal.

En los últimos meses ha sido interesante seguir la noticia de las aspiraciones presidenciales de la representante republicana por Minnesota, Michelle Bachmann, quien hizo públicos sus postulados de fe, muy conservadores y desde la perspectiva de género, sometida a la superioridad masculina basada en versículos bíblicos.

El debate estuvo servido. Detractores que entiendían que una mujer inferior al hombre no puede tomar las divinas decisiones en la Casa Blanca; Moderados que trataban de ver aquella supuesta sumisión femenina bíblica bajo un concepto teológico de complementariedad; Postulantes que entiendían que una mujer, independientemente de sus creencias, está perfectamente capacitada para aspirar a la Casa Blanca.

Cuatro años después, Michele Bachmann, que ha sido la única mujer entre los siete precandidatos republicanos, anunció su renuncia un día después de obtener apenas 5% de los votos y finalizar en el sexto puesto en las asambleas partidistas de Iowa. Para algunos analistas, la congresista de Minesota ha sido objeto de discriminación por su género a lo largo de su campaña, ya que se cuestionó su capacidad para dirigir un país por sus migrañas o se dijo que el atractivo físico le ayudaba a conseguir apoyos, su equipo de campaña siempre insistió en que ella no estaba interesada en "jugar el papel de víctima".

En cualquier caso, la política estadounidense, más aún que la española, es un juego difícil, sucio y desagradable al que difícilmente están dispuestas a jugar la mayoría de las mujeres. La administración y la política norteamericana tienen que andar aún mucho recorrido para mejorar sus instituciones democráticas incorporando al mayor número posible de mujeres.

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