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miércoles, 19 de octubre de 2011

Sobre la Memoria Histórica (III)

Un país desestructurado, con muchas carencias, institucionales, sociales, de infraestructuras..., peor aún, un país pobre y debastado por tres años de Guerra Civil. Sus ciudadanos, de primera y de segunda más preocupados por qué llevarse a la boca cada día que por los asuntos de la política o de la iglesia o del gobierno o de los militares..., todos esos asuntos que por otro lado habían llevado al país al punto en que se encontraba y que, por si fuera poco, alcanzaba a escuchar ecos de y guerra de Europa de mano de los alemanas contra... casi todos los demás.


Tal como describo el escenario es normal, desde mi punto de vista, que el pobre españolito de a pie, de familia humilde y trabajadora, apenas con cultura para escribir su propio nombre, vislumbrase al gobierno de Franco como una dictadura brutal y sangrienta. El propio dictador y sus gobiernos sucesivos, con el acompañamiento de militares, la iglesia y los oportunos señoritos aprovechados se ocuparon de hacer el resto, y condicionar el presente y la historia futura que aquellas dictadura era en realidad, un justo orden divino para el bien de España. Esto es, básicamente, lo que creen mis propios padres, sin ir más lejos, hasta el punto de haber borrado de sus memorias e incluso del arbol genealógico a algún que otro familiar muerto, desaparecido o exiliado por rojo.

Gutmaro Gómez Bravo y Jorge Marco son dos historiadores vinculados a la Universidad Complutense que han analizado el uso de la represión en el franquismo como elemento para mantener sometida a la sociedad española, a través de cada uno de los mecanismos de represión utilizados, así como la parálisis social que permitió al franquismo languidecer en el poder durante 40 años. El miedo atenazó a los españoles y evitó, aún antes de ocurrir, cualquier movimiento contrario que pudiera producirse.

Franco, inspirado por los totalitarismos europeos, era perfectamente consciente de la necesidad de imponer una represión que terminara con cualquier tipo de posible reacción contra el nuevo Estado que surgía de la guerra. En 1938 confesó a la prensa británica tener fichas de dos millones de enemigos a los que castigar. Esa cifra se elevó a tres millones, según el estudio, en 1944: "Una escalofriante cifra reunida por la Oficina de Investigación y Propaganda que reunía un fichero personal donde se recogían nombres y apellidos, afiliación política y otras referencias".

El proceso de represión comenzó durante la propia Guerra Civil. En el transcurso del conflicto, el Ejército sublevado organizó con disciplina y estructura militar a todos aquellos simpatizantes civiles que se adscribieron al movimiento. Integrados unos y otros, comenzó un proceso de represión perfectamente organizado e inspirado por la orden del general Mola al comienzo de la guerra: "Debemos eliminar sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros". Totalizados los mandos y con la lista elaborada por la Oficina de Investigación, los autores rechazan la idea de las "sacas" y los "paseos", en tanto en cuanto ofrecen una sensación de descontrol que no era tal. Tenían los nombres y sabían que debían establecer una represión sistemática.

La ola de violencia que recorrió la España dominada por los rebeldes se corresponde con una estrategia perfectamente determinada. Los autores rechazan así de plano la posibilidad de que esa oleada fuera espontánea y autónoma. Los autores se oponen a acercarse a un tema tan espinoso como este utilizando el contraste con la represión política en el bando republicano. Este método de trabajo, "utilizado por historiadores franquistas y neofranquistas, en un discurso originado durante la dictadura y asumido durante la Transición" y tiene para los historiadores un origen político interesado. El estudio sobre la violencia no requiere una acumulación de hechos, sino que tiene un mayor calado historiográfico. Siempre según los autores, argumentos del tipo "el infierno somos nosotros", tan sólo son juicios de valor carentes de calado analítico. Este tipo de comparaciones han sido impulsadas por los historiadores tamizados de ideología franquista que intentan justificar una brutalidad con otra superior, siempre en un marco de guerra o preguerra. De este modo se justifica el genocidio sistematizado. Eludir ese marco conceptual se convirtió en uno de los principales objetivos de Gutmaro Gómez Bravo y Jorge Marco, que buscaron hacer un estudio historiográfico serio y analítico.

La sociedad española debe afrontar que en ese exterminio político generalizado tomaron parte no solamente los personajes oscuros como Queipo de Llano, sino ciudadanos normales, ciudadanos que participaron en juicios sumarísimos y ejecuciones en masa que asolaron España haciendo germinar el miedo ante una reacción antifranquista. Con la semilla del temor sembrada durante los tres años de enfrentamiento bélico, Franco consolidó hasta 1948 esa aprensión impulsando una represión continuada. La pervivencia legal del estado de guerra permitió a Franco juzgar a todos aquellos que se manifestaran contra el régimen a formarles consejo de guerra. Esta represión fue una de las principales armas que esgrimió Franco para infundir el miedo paralizante entre los españoles.

Durante la guerra, el Ejército sublevado mostró siempre un interés casi obsesivo por hacerse con el control de las instituciones que garantizan al estado el monopolio de la fuerza. Así, ni tan siquiera una vez terminada la contienda tuvo problemas en instaurar un control policial sobre la sociedad civil. La situación de control sobre la sociedad fue otro arma paralizante jugada con extraordinaria eficacia.

Uno de los más llamativos y espeluznantes castigos estudiados en el libro de Gómez y Marco es el de la esclavitud. La necesidad de mano de obra fue vendida por la propaganda franquista como "una posibilidad de redención". Cientos de miles de prisioneros fueron orientados hacia el trabajo forzoso apuntalando la tenaza del miedo entre los españoles.

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