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jueves, 28 de marzo de 2013

El Papa Francisco en esta Semana Santa

La gran Iglesia Católica estrena una nueva etapa histórica de mano del Papa Francisco que ha levantado unas altas expectativas desde el mismo momento que se conoció su pontificado. Ha sido la noticia de estas últimas semanas y sin duda lo seguirá siendo próximamente. 

De repente parece que se han puesto de relieve dos maneras de hacer iglesia: la que quedó atrás, la gran iglesia institucional, sobria, la de la teología, que representaba el emérito Papa Benedicto XVI; y la iglesia más cerca a los afectos de los feligreses, más improvisada y jovial, más próxima a los gestos de una iglesia del pueblo representada en el Papa Francisco. 

Pero no se puede desmerecer el complejo y extenso papado de Benedicto XVI. Aportó importantes avances en materia ecuménica y de encuentro con otras iglesias cristianas protestantes y ortodoxas, además de con otras religiones del mundo. Aportó el arrepentimiento sincero frente a reconocidos delitos históricos y actuales, en particular la pederastia. Es de suponer que ha aportado las bases para este cambio en el pontificado y para superar los problemas que circundan a la jerarquía de la iglesia en todo el Mundo. 

Los expertos en asuntos vaticanos han tratado de poner de manifiesto que la procedencia de Benedicto y la del Papa Francisco distan mucho en parecerse. El primero se mantuvo durante muchos años en el Vaticano y el segundo en las calles de Buenos Aires; el primero en la solemnidad de la alta institución y el segundo más próximo a la necesidad de las personas. 

Argentina es un país con profundas desigualdades sociales, económicas y territoriales. El Papa Francisco trae una escuela de iglesia social comprometida con las necesidades de su pueblo que abre esperanzas a nuevos retos que afronta la Iglesia. 

La Europa que lo acogerá cada vez más se parece a la Argentina de la que viene: desigualdades entre Norte y Sur, entre ricos y pobres, donde cada vez es más visible la pobreza con rostro de niña. 

Y en medio de estas novedades llega la Semana Santa, que en España en general y Extremadura en particular se enfrenta a la lluvia intermitente que tantas dudas acarrea. Pese a ello, la valentía de las hermandades nos muestra momentos de magia en muchos rincones de su itinerario y cómo no, momentos de indudable fe acompañada de ritmos musicales y un fervoroso pueblo que las aplaude. 

Cualquier persona que no conozca cómo celebramos nuestra Semana Santa extremeña no terminaría de comprender que en realidad estamos recordando la vida y muerte del Jesús hombre en su paso al Cristo divino hijo de Dios. 

Son las grandes paradojas de una celebración que, por otro lado, es ocasión singular para reunirnos con nuestros queridos familiares y aprovechar días para tomarnos un merecido descanso. 

Y todo esto tocará fin el próximo domingo de Resurrección cuando los cristianos católicos y no católicos volveremos a mirar al balcón del Vaticano esperando la bendición al Mundo del Papa Francisco y su mensaje de esperanza, como fue la esperanza que ofreció Dios al Mundo a través de su Hijo resucitado. 

España y Extremadura también necesitan del abrazo cristiano, del abrazo de la esperanza. Anhelamos superar nuestras dificultades, y una palabra de aliento y de esperanza es necesaria.

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