Este palabro estaba excluido de mi vocabulario hasta que tropecé en la vida con Benjamín, y de ganar amistad con él, el palabro se adhirió a mi lenguaje toda vez que esbozo una sonrisa cuando la pronuncio. Porque digamos que sin sentirme así, sin serlo, comparto algunas carácterísticas de los así llamados "perroflautas". A saber:
Los perroflautas... son universitarios, voluntarios de las ONG, cristianos de base, sindicalistas, parados, gente que piensa en mayor proporción que amigos de la guerrilla urbana.
Los perroflautas... son universitarios, voluntarios de las ONG, cristianos de base, sindicalistas, parados, gente que piensa en mayor proporción que amigos de la guerrilla urbana.
Retomaron su auge en Seattle en noviembre de 1999, cuando una gran marea humana de diversos orígenes interrumpió la cumbre de la Organización Mundial del Comercio. La prensa los bautizó los antiglobalización, ellos preferían ser llamados altermundistas. Sus "revoluciones" son hijas de la sociedad del conocimiento, no de la lucha de clases. La ola se extendió a América Latina, donde el altermundismo fue apadrinado por Lula en Porto Alegre y donde el discurso antiglobalización impregnó fenómenos como el chavismo.Los últimos párragos vienen del artículo "El perroflauta y los influyentes" publicado en El País.
Ha escrito The Economist que los indignados no saben bien lo que quieren, pero ya lo están consiguiendo. Lo decía por las normas para aliviar cargas hipotecarias o el incipiente debate sobre la ley electoral. Los mitos de una juventud consumista y despreocupada, enganchada a los videojuegos y el botellón, no se sostenía antes ni se sostiene ahora. Después de acusarlos de pasotas, ahora los criminalizan por levantar la voz. Pero es que encima algunas de sus utopías se cuelan en las agendas. ¿Tienen los indignados las soluciones? No, pero ya influyen en cómo las buscamos.
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