Que bajen los precios de los alimentos frescos que se venden en los supermercados e hipermercados es una buena noticia para las familias que han sufrido una disminución de ingresos como consecuencia de pérdida de sus empleos. Los datos estadísticos de precios para el consumidor que periódicamente el Instituto Nacional de Estadística ponen de manifiesto dicha bajada de precios. Por ejemplo, durante el mes de septiembre, los aceites se compraron un 12% más barato que un año antes. Las patatas un 20% menos, la carne de pollo un 3% más barato y la de cerdo un 2%.
Cuando intentamos saber porqué compramos los alimentos frescos más baratos, la respuesta es que se debe a la fuerte competencia que hay entre las cadenas de alimentación. Pero del mismo modo que es una buena noticia para las familias consumidoras, surgen a la vez otros problemas que a más largo plazo pueden perjudicar a la economía. Y es que, los supermercados, al reducir su margen entre el precio a como ellos compran y el precio a como venden, amenaza al mantenimiento de dichos supermercados y por tanto afecta también a la variedad de productos que nos ofrecen y a los empleados que trabajan en ellos. Además, se presiona para que los precios de sus compras también bajen, con lo peligran muchos pequeños productores, ya sean agricultores, ganaderos o pequeñas industrias de alimentos preparados.
Este fenómeno de precios cada vez más bajos es lo que en economía se llama deflación. En realidad no es un problema exclusivo de España sino que se está produciendo en toda Europa. En los últimos diez años hemos visto aumentar el número de supermercados e hipermercados en las grandes ciudades extremeñas, creando actividad comercial en muchos barrios y creando empleo. De modo que se trata de un sector de comercio con una enorme competencia y quizá, con un exceso de intermediarios. Pero a la vez hemos visto reducir el número de pequeñas tiendas de alimentación que no han podido resistir ante la bajada de precios y pérdida de clientes.
Según dicen los expertos que se ocupan de analizar este mercado, la deflación, o lo que es lo mismo, la bajada de precios, es en realidad el resultado de una agresiva guerra entre las cadenas de alimentación que solo utilizan estas estrategias para mantener clientes. Además, tengamos en cuenta que los potenciales clientes se han reducido con la marcha de población inmigrantes y una disminución del poder adquisitivo de miles de familias dado que la crisis se ha enquistado en los hogares. Para mantener sus clientes y cuotas de mercado no han utilizado otras estrategias como pueden ser aumentar la calidad de sus productos e introducir productos más novedosos. A esta guerra de precios se suma la batalla paralela que viven las marcas de los fabricantes y las marcas blancas. De modo que las presiones recaen, al final, en sobre los productores y proveedores, a los que aprietan cada vez más hasta el punto de vender sus productos por debajo del precio a cómo lo producen.
En resumen, nunca llueve a gusto de todos. La guerra de precios puede suponer algo de alivio a las familias a corto plazo, que ven reducido su recibo de la compra en unos céntimos. A corto plazo, para los consumidores solo se ven ventajas: con una tasa de paro cercana al 24% y la renta de las familias muy tocada, los precios bajos en los alimentos frescos resulta beneficioso. Pero a medio y largo plazo se traduce en graves problemas para las cadenas de distribución y supondrá problemas de mantenimiento de muchos empleos.
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