Comparto este artículo de Carlos Ortiz publicado en El Periódico de Extremadura. Porque así lo siento.
No resulta fácil definir las características de un pueblo cuando se
puede caer en generalizaciones y prejuicios que, en poco o nada, tienen
que ver con la realidad de la calle. Mucho más de lo que nos creemos,
Extremadura y Andalucía somos sur, unidos por una frontera invisible que
nos hace sentirnos, por nuestra extensión y carácter, en una gran
península con valores comunes.
Digo esto porque compruebo durante estos
días las coordenadas que me hacen sentirlo así. Sí, porque además del
calor que compartimos ahora, andaluces y extremeños somos hermanos en
una forma de vivir la vida, de sentir que el sol es aliado para que la
calle sea nuestra y la luz gobierne las acciones del día a día.
Silenciosa unas veces, como al contemplar la caída del sol en verano, o
ruidosa en otras, cuando el sonido de la fiesta se transforma en
jolgorio, la comunión de dos regiones debería servir aún más como polo
de atracción para el norte.
Unidas por autovía, pero separadas por el
tren, cada vez hay más conductores del centro que aprovechan la ruta por
carretera para llegar hasta las playas. Quizá sería buena idea
aprovechar ese flujo de viajeros que deciden evitar Despeñaperros para
cruzar por Trujillo y Mérida hasta Sevilla y llegar así hasta el mar.
Ese corredor ya existe y es una oportunidad de desarrollo porque, si
Andalucía y Extremadura tienen fuerza, será siempre a cuenta de su
oferta turística, esa que tanto atrae con solo mirar un paisaje.
Lástima
que tan pocas veces sea noticia que dos comunidades autónomas se unan
para hacer algo en común. Con lo fácil que sería solo con poner en un
escaparate todo lo que ya brilla ante nuestros ojos.
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