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miércoles, 20 de junio de 2012

Refugiados

No pensamos en los refugiados. Los confundimos con la inmigración convencional. Algunos nos hicieron creer que era un fenómeno social moderno, que afectaba negativamente a las sociedades avanzadas. Les exigimos toda la documentación como si se tratasen de personas que planifican un viaje turístico. Los refugiados no saben lo que es la Convención de Ginebra (1948). Ni entienden de Tratados continentales y fronterizos ni de Leyes ni de reglamentos nacionales de extranjerías.


Los refugiados huyen. Huyen de la amenaza directa contra sus vidas. Huyen de las catástrofes, de la más miserable calamidad, huyen de la violencia, de la sed y de la hambruna. Huyen apenas con lo puesto, huyen sin nada.

Los refugiados no desean huir, pero huyen. No les queda otra. Besan y abrazan a sus seres queridos y maldicen ese momento. No saben si los volverán a ver y besar alguna otra vez en sus vidas. Los refugiados no desean huir, pero huyen. No les queda otra. No quieren dejar atrás sus tierras, su casa, sus cosas, pero lo hacen. Los refugiados no desean huir, pero huyen. Huyen pensando en volver y no se les borrará ese deseo nunca jamás.

Los refugiados huyen, pero apenas llegan a España. Ni siquiera sueñan con venir a España.

Los refugiados sueñan con la paz, dondequiera que esté la paz. Sueñan con el agua y la comida. Sueñan con vestir. Sueñan con dormir. Sueñan con soñar.

Sueñan con manos amigas, con voces de aliento, con abrazos que los mantengan en pie. Sueñan con la dignidad humana, la solidaridad hecha realidad.

Sueñan con acabar con la pesadilla que les acompaña. Sueñan con ser independientes, emprendedores, tomar sus propias decisiones, tener vidas autónomas, obtener y merecer lo que tengan con sus propios esfuerzos. Sueñan con dar afecto y recibirlo. Sueñan con sostener a sus familias, educar a sus hijos, tener salud. Y sueñan con volver a su tierra, con sus familias, con sus cosas, a sus cosas.

No piensan y no comprenden cómo el mundo los ignora. Deambulan a rumbos de soles y lunas, de aquí para allá, a pura intuición. No saben que España no piensa en ellos.


Dadaab es un campo de refugiados somalíes. Arrastrados por la guerra, el desgobierno y la sequía. Dadaab fue construido en mitad de la nada de Kenia hace veinte años, para acoger a 90mil, pero viven 400mil refugiados. Los refugiados tienen nada y se conforman con algo menos. Tienen tan poco que incluso en Dadaab, en ese cosmos surrealista, se sienten en su casa.

Un refugiado no quiere que se le comprenda. Necesita que se le comprenda. Necesita que se le ayude. No se puede negar la ayuda a un refugiado.

Puedo entender que el que no conoce, que el ignorante de condición, no piense, tenga miedo o incluso sea pasivo. No puedo entender que la política y el político, no puedo comprender que la ciudadana y el ciudadano público, socialmente comprometido aparte su mirada, apague su voz, nuble su pensamiento y niegue su apoyo a un refugiado.

Recuerda. Un refugiado no sueña con venir a España. Sueña con volver a su casa.

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