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martes, 21 de junio de 2016

26-J: Indignados ciudadanos, dignos gobernantes

Aunque la mayoría de la ciudadanía tiene, aparentemente, el voto decidido, está por ver que realmente acuda el domingo 26 de junio a votar. Esta campaña electoral, vestida de segunda vuelta, se plantea con el reto de fijar el voto ciudadano y lograr que nadie se quede en casa. A priori, la derecha representada por el Partido Popular es quien más logrado tiene ese objetivo, si bien Ciudadanos es para ellos un potente ladrón de votos de centro-derecha; lo saben, solo les alberga la esperanza que repita en el mejor de los casos resultados similares a los de diciembre. Pero por la izquierda es por donde las cosas no están tan claras, el voto está más fragmentado, y el movimiento estratégico de confluir conjuntamente Unidos-Podemos ha generado una importante expectativa que arrebataría al PSOE su tradicional liderazgo de centro-izquierda e izquierda moderada relegándolo a ser la tercera fuerza más votada; unos y otros son conscientes que deben entenderse si realmente quieren gobernar. Lo cierto es que, si entre diciembre y abril fue PSOE y Ciudadanos quienes más hicieron por lograr gobierno, desde que se conoció la nueva convocatoria electoral ha sido Podemos e Izquierda Unida quienes tomaron la iniciativa para que el resultado del 26 de junio no dé como resultado algo similar al de diciembre.

Si bien no se trató solo de unir dos fuerzas progresistas. Por una parte estuvo la histórica y reductual Izquierda Unida, de marcado carácter ideológico poscomunista; y por otra la joven e impetuosa Podemos que hasta hace no mucho se alejaba de posicionarse en el eje de las ideologías izquierda-derecha y se sentía más cómoda en el eje vertical de ciudadanía-casta. En estas nuevas elecciones ya ha quedado claro que Podemos también está en el eje de las ideologías, en la banda de izquierda hasta izquierda radical. Aunque su discurso sigue elaborándose sobre los mensajes que tan buen resultado les ha deportado en las elecciones municipales, autonómicas y las de diciembre pasado: el discurso de la ciudadanía indignada contra la casta política déspota y corrupta.

Este discurso electoral, el de Unidos-Podemos, despierta la simpatía de muchos votantes, sin duda la mayoría del electorado progresista o de aquél que pide un cambio, porque toma la indignación ciudadana (con motivos más que sobrados) como forma de movilización del voto. Otra cosa son sus propuestas programáticas (acción de gobierno), de difícil logro o cumplimiento. No son como las pintan, tan fáciles de implementar. Y si no, que le pregunten a sus alcaldes, que tras más de un año de gobierno municipal han tenido que reconocer la inviabilidad (o directamente renunciar) a algunas de ellas; o a sus gobiernos autonómicos. Y por otro lado, ya solo queda esperar al domingo 26 de junio y comprobar cuán ciertas fueron las encuestas, cuántos votos reales han logrado y qué resultante aporta en número de escaños al Congreso y al Senado después de aplicar la fórmula de la Ley D'Hont en cada circunscripción electoral provincial.

Cabe por tanto concluir que los riesgos de Unidos-Podemos a partir del día 27 de junio sean los siguientes: por un lado, que si bien su mensaje apegado al ciudadano indignado no sea suficiente para convencer al electorado que sus propuestas de impulso políticos son tan poderosas, viables y realistas. En segundo lugar, que pese a obtener un importante número y mayoría de votos en la suma total del país, estos no se traduzcan igualmente en un importante número y mayoría de diputados en cada provincia. Dicho lo cual, la fórmula resultante para quienes piden cambio es nítida: para los que anteponen programas realistas al discurso indignado siempre les quedará PSOE y Ciudadanos; para los que echan las manos arriba cansados de casta, Unidos-Podemos les funciona a las mil maravillas.

Pero, ¿es cierto que una abrumadora mayoría ciudadana pide cambio? Por supuesto que no, la que pide cambio es ruidosa, está cansada de mentiras, tiene juicio crítico e inunda las redes sociales. Pero otra importante mayoría, silenciosa (la llamó Rajoy emulando a Richard Nixon), aunque no sea silenciosa (hace ruido a través del dinero y el poder) está formada por aquellos grupos de población que tienen más que perder que ganar: perder los beneficios que le repostan las Administraciones Públicas imperfectas; perder los beneficios obtenidos durante los ocho años de crisis; perder poder económico y de influencia política; perder pensiones de jubilación; perder rentas procedentes del patrimonio...

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