Siento la pérdida de José Saramago. No quiero dejar pasar mi recuerdo, aquella vez que apenas dos metros nos separaban.
Frente a mí, en medio de nosotros una pequeña mesita donde apoyaba sus brazos y un ejemplar de su recién publicado libro. Una hora de distendida charla con una docena de oyentes, avidos lectores... Allí estaba Pilar, a su lado, como en casa, anfitriona sevillanísima para aquella ocasión.
Recuerdo mi esfuerzo por comprender su seseante español, sus labios apenas abiertos que dejaban escapar los suspiros de su materno portugués, presentando casi en la intimidad el Ensayo de la Ceguera, dios, nada menos, ya saben los que lo han leído, un privilegio.
Así le he visto, desde entonces, en las últimas dos décadas: En mi mente, Saramago me habla en susurro, íntimo, cadente y reflexivo, a golpe de causa y consecuencia, a golpe de justicia contra la sin razón, no sólo me proponía lectura y reflexión, también compromiso y acción.
Frente a mí, en medio de nosotros una pequeña mesita donde apoyaba sus brazos y un ejemplar de su recién publicado libro. Una hora de distendida charla con una docena de oyentes, avidos lectores... Allí estaba Pilar, a su lado, como en casa, anfitriona sevillanísima para aquella ocasión.
Recuerdo mi esfuerzo por comprender su seseante español, sus labios apenas abiertos que dejaban escapar los suspiros de su materno portugués, presentando casi en la intimidad el Ensayo de la Ceguera, dios, nada menos, ya saben los que lo han leído, un privilegio.
Así le he visto, desde entonces, en las últimas dos décadas: En mi mente, Saramago me habla en susurro, íntimo, cadente y reflexivo, a golpe de causa y consecuencia, a golpe de justicia contra la sin razón, no sólo me proponía lectura y reflexión, también compromiso y acción.
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